Mi amigo es fuerte. Mi amigo no llora. Él aprendió a poder con todo y, cuando no es así, a disimularlo con deporte, maquinitas, birras, sexo o trabajo. Sabe lo que es perder, pero rendirse, nunca. Para ese Atlas con reminiscencias de rockero sus hijos son
su salvación. En forma de abrazo o de lucha libre, según la ocasión, ellos son su válvula de escape para la ternura, los que traen humedad a sus pupilas.
Compitiendo secretamente con su propio padre, a través de sus hijos se reconcilia con él siendo a la vez vencedor y vencido.
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